El Castillo de Himeji, la Garza Blanca
La ciudad de Himeji, estratégicamente situada en la ruta que une Kioto, Osaka, Kobe e Hiroshima, parece existir primordialmente para glorificar a su estrella indiscutible: el Castillo de Himeji, también conocido como el «Castillo de la Garza Blanca». Imagínate una tarta nupcial gigante, de un blanco impoluto, con tejados elegantes que parecen alas a punto de desplegarse. Pues eso, damas y caballeros, es el Castillo de Himeji.
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Hay ciudades que ofrecen historia, arquitectura, paisajes y cultura. Y luego está Himeji, que decidió poner todos sus puntos de interés en una sola tarjeta de presentación: el Castillo de Himeji. Y honestamente, no se necesita más. Himeji está ubicada en la prefectura de Hyōgo, a solo una hora en tren desde Kioto u Osaka, lo que significa que puedes desayunar sushi en un lado del país y estar tomándote selfies medievales antes del almuerzo, y al regreso hacer una estratégica parada en Kobe para disfrutar de su famosa carne wagyu.
Construido originalmente en el siglo XIV, ha sobrevivido guerras, terremotos y, lo más sorprendente de todo, ¡a las modas arquitectónicas pasajeras!. Uno pensaría que después de tantos siglos querría un buen lavado de cara, quizás unas cortinas nuevas, pero no. Se mantiene firme, orgulloso de su blancura nuclear, como si acabara de salir de un anuncio de detergente.
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El Castillo de Himeji está considerado el castillo más bello y mejor conservado de Japón. Sobrevivió incluso a la Segunda Guerra Mundial, como si tuviera un escudo protector de aura divina, y quizás por ello la UNESCO lo nombró en 1993 Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Lo increíble del Castillo de Himeji es que, a pesar de su imponente tamaño y sus más de 80 edificios conectados por pasajes secretos, sigue pareciendo una delicada tarta de boda en blanco radiante. Pero que no te engañen: esa apariencia elegante esconde una trampa mortal en cada esquina. Literalmente. El castillo fue diseñado como un laberinto para confundir a los enemigos. Ahora es imposible perderse, sólo hay que seguir la larga fila de visitantes escalera arriba y escalera abajo.
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La visita al castillo implica una caminata… digamos… «vigorizante». Prepárate para ascender por una serie de escaleras que parecen diseñadas por un arquitecto al que le encantaba el sufrimiento ajeno. Cada escalón es una pequeña victoria, un suspiro jadeante más cerca de la cima.
Una vez en la cima las vistas son espectaculares, siempre que las cabezas de los cientos de visitantes que han subido contigo te dejen ver. Se domina toda la ciudad de Himeji, con sus tejados grises salpicados de verde.
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En los tejados del castillo hay una pequeñas estatuas protectoras en los tejados llamadas shachihoko: criaturas mitad pez, mitad tigre, que supuestamente protegen contra incendios; parece que han hecho bien su trabajo en los ocho siglos de vida del castillo. En días claros se puede ver el Monte Shosha, famoso por ser escenario de rodaje de la película de Tom Cruise «El Último Samurái».
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El interior del castillo es un laberinto fascinante de pasillos estrechos, habitaciones oscuras y trampillas que, lamentablemente, ya no se usan para deshacerse de los visitantes molestos. Uno puede imaginarse las intrigas palaciegas, los susurros en las sombras y las reuniones secretas. O quizás solo era gente buscando el baño. Nunca lo sabremos.
Después de la épica ascensión y el laberíntico interior del castillo, uno ansía un poco de paz y tranquilidad. Y ahí es donde entran en juego los Jardines Koko-en, un conjunto de nueve jardines tradicionales japoneses adyacentes al castillo.
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Fueron construidos en 1992, pero no lo dirías porque parece que hubieran estado ahí desde la era Edo, y que en su diseño ya hubieran pensado en las fotos para Instagram. La idea es que cada jardín representa un estilo diferente del período Edo. La realidad es que todos son preciosos, llenos de estanques serenos, puentes de piedra y árboles meticulosamente podados.
Pasear por Koko-en es como entrar en un universo paralelo donde el tiempo se detiene y solo se escucha el suave murmullo del agua y el canto de los pájaros. Cada jardín tiene su encanto particular.
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Está el jardín del té, donde uno puede imaginarse a señoras elegantes tomando matcha y cuchicheando sobre los últimos cotilleos de la corte. Luego está el jardín de bambú, donde las cañas se mecen suavemente con el viento, creando un sonido relajante… hasta que una cae repentinamente y te da un susto de muerte.
Mi favorito personal es el jardín con estanque de carpas koi. Estos peces gorditos y coloridos parecen modelos profesionales, posando elegantemente para las fotos. Uno podría pasar horas observándolas, intentando descifrar sus misteriosas vidas acuáticas. ¿Discutirán sobre quién tiene las escamas más brillantes? El misterio permanece.
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Himeji no es solo su castillo y sus jardines, aunque estos se lleven la mayor parte del protagonismo. Con un entorno tan fotogénico el lugar suele ser punto de encuentro de personajes de manga y anime que hacen sus reuniones para ver quién tiene el traje más espectacular y la peluca mejor colocada.
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La ciudad en sí tiene su propio encanto, con calles peatonales llenas de tiendas de recuerdos (a ver si consigues no comprar un llavero con forma de garza) y restaurantes donde se puede degustar la deliciosa gastronomía local.
Himeji es un destino que merece la pena visitar, aunque tengas que enfrentarte a las escaleras asesinas del castillo. La majestuosidad del Castillo de la Garza Blanca es innegable, y la serenidad de sus jardines ofrece un respiro más que bienvenido.
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Si quieres ver el album de fotos de Himeji clic aquí.
Un seguro de viaje es muy recomendable para viajar tranquilo, yo por experiencia propia recomiendo Heymondo.
Escrito por Carlos Olmo Bosco, fotos y vídeos copyright vagamundos.
¡Hasta pronto!. Carlos, desde Madrid, abril de 2025.
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