De Chiloé a Bariloche
Una vieja canción decía: «Si yo tuviera coche, iría a Bariloche, si yo tuviera plata, iría a Mar del Plata». Yo no tengo coche, pero he ido igual a Bariloche, en un recorrido maravilloso, desde Chiloé, pasando por Puerto Montt, Osorno, frontera los Pajaritos, Villa la Angostura, y bordeando el lago Nahuel Huapi para llegar finalmente a Bariloche. Hay otro recorrido todavía más espectacular a través de los lagos, pero requiere tomar 3 barcos y 4 autobuses, lleva unas 12 horas y es bastante más caro.
Después del impacto que me produjo regresar a Argentina y comprobar la profunda crisis económica y social que están viviendo, no menos impactante fue llegar a Bariloche y encontrarme una ciudad de 100.000 habitantes que vive exclusivamente del turismo, y que tiene las tiendas más lujosas y caras que os podáis imaginar.
Por suerte es también es lugar de mochileros, dormir en un albergue cuesta unos $5 y comer en un restaurante económico $3. En el otro extremo está el hotel Llao Llao, el símbolo del lujo en Bariloche.
Bariloche es el centro de ski más exclusivo, junto con San Martín de los Andes, de Argentina, y en estas fechas de Semana Santa se llena de turismo nacional y extranjero, en busca de sus maravillosos paisajes, todavía no nevados, pues la naturaleza, en un gesto de magnanimidad, les ha regalado un otoño soleado y cálido para compensar el lluvioso verano que han tenido en toda la Patagonia.
La ciudad no tiene nada especial, salvo para los compradores compulsivos, pero su ubicación al borde del lago y muy cerca de las montañas la hace muy agradable.
A sólo 10 minutos está el cerro Otto, al que se accede en teleférico, y desde sus 1.500 metros hay una vista extraordinaria de la ciudad, el lago y los Andes. Los vagos no tienen incluso que girar el cuello, porque hay una cafetería (confitería se llama en Argentina) giratoria, que tarda unos 20 minutos en dar la vuelta completa.
Es divertido ver la cara de despiste de la gente cuando va al baño, y al regresar piensan que su familia ha desaparecido porque ya no están donde los dejaron; incluso hay gente que se marea. En la zona se pueden dar agradables paseos por el bosque.
Las opciones de excursiones son ilimitadas y para todos los bolsillos; muchas de ellas son lacustres, como las que van a la isla Huemul, isla Victoria y bosque de Arrayanes, o a Puerto Blest, llegando a la frontera con Chile o completando el cruce internacional de los Lagos. De las terrestres por la zona, destacaría el Circuito grande, que bordea el Limay, visita el Valle Encantado, Cuyín Manzano, el Mirador del Traful, Villa Traful, Puerto Arrayán, y las excursiones a los cerros Tronador y Catedral (por la forma de sus agujas).
Mis preferencias me llevaron más al sur, a Esquel, donde pude disfrutar de La Trochita, el viejo expreso de la Patagonia que popularizó Paul Theroux en el libro del mismo nombre, que utiliza la locomotora alemana y los vagones de madera originales de 1922, cuya calefacción es con una salamandra de hierro fundido alimentada de… ¡madera!, lo que me recordó aquella película de los hermanos Marx de «más madera, que es la guerra», donde quemaban todo el tren para alimentar la caldera de la locomotora; esta funciona con fuel, así que no hubo problemas.
Se tardaron más de 20 años en completar los 400 km de recorrido desde Ingeniero Jacobacci, llamado así en honor al ingeniero responsable del proyecto, todo se hizo a mano y la calidad del trabajo fue tan buena, que todavía se utilizan las vías originales; el principal problema en la época fue que gran parte del recorrido se hace por la estepa patagónica, con graves problemas de agua, y la sed de la Trochita es insaciable, por lo que hubo que poner depósitos en el trayecto; un dispositivo ingenioso que lleva la locomotora es una cajón de arena que se puede verter sobre las vías cuando la hierba las invade y hace patinar la locomotora. En 1999 la Trochita volcó con sus 40 Tn de locomotora y 7 Tn cada vagaón, por culpa del viento, que a veces puede alcanzar los 180 km/hora.
El tren sale de Esquel por el valle que alberga la ciudad, asciende hasta 800 metros, y finalmente llega a Nahuel Pan, nombre del cacique de una comunidad mapuche que acompañó a Perito Moreno en sus expediciones, y que ahora viven de la artesanía y viandas que venden a los visitantes.
El recorrido es de sólo 44 km. ida y vuelta; a pesar de que las vías están en buen estado, ya no se utiliza el tren como medio de transporte, y los bancos de madera son muy duros para las posaderas de los turistas; antes el recorrido de los 400 km de via estrecha (75 cm) llevaba unas 16 horas, que muchas veces se alargaban por problemas, así que las salamandras llevaban una plancha metálica para que la gente calentara el agua para el mate e incluso hicieran un asado.
Otro atractivo de Esquel es el Parque Nacional de los Alerces. Al contrario que en Chile, en Argentina se dieron cuenta hace tiempo del enorme valor de estos árboles milenarios, que han sido datados con pruebas de carbono 14 con más de 4.000 años de antigüedad.
En otoño la belleza del parque se multiplica, porque las laderas de las montañas, a partir de los 800 metros de altitud, se incendian con el color rojo de las lengas, en las llanuras los ñires ofrecen todas las tonalidades de amarillo al verde, los arrayanes muestran su corteza de color canela moteada con manchones blancos.
Los ríos de color esmeralda y aguas prístinas albergan truchas, patos, y aves variadas y para enmarcar este paisaje casi irreal, los enormes alerces de hasta 60 metros de altura y 4 metros de diámetro, crecen rectos hacia el cielo, una de las razones por la que su roja madera es tan apreciada, ya que su veta es muy fácil de manipular.
Para llegar al sendero de los alerces milenarios se navega durante más de una hora en un pequeño catamarán por el lago Menéndez, y se pasa por un glaciar en franco retroceso. El sendero esta cubierto de mimbres, que forman verdaderos túneles, ya que la alta pluviosidad de la zona, más de 2.000 mm, es ideal para su crecimiento, y forman lo que se llama la selva valdiviana; además de las cañas, líquenes, musgos y hongos le dan un toque mágico al bosque.
La presencia de los imponentes alerces, algunos de ellos con huellas de hachas de cuando estaba permitido su uso madedero, completan un recorrido extraordinario por el Parque Nacional. El pueblo de Esquel está muy orgulloso de su entorno natural, y lo defiende a capa y espada, hasta el punto de que han logrado detener la explotación de una mina de oro que iba a generar riqueza, pero también mucha contaminación, y los habitantes, con cierto humor negro, han preferido seguir siendo «esquelenses» en vez de «esqueletos». ¡Enhorabuena!
De Esquel fui a el Bolsón, antigua comuna hippy en los años 60, que aún mantiene su autenticidad, con un mercado artesanal maravilloso en el que se puede disfrutar de todo tipo de viandas orgánicas, arte en madera, bisutería, cuadros realizados con flores secas, perfumes, aceites, etcétera, pero ahora los hippies van en coche, no viven en comunas ni practican el amor libre, y se han adaptado a la época New Age o Nueva Era, como querais llamarla.
Tanto el Bolsón como Esquel tienen centros de Ski en invierno que son menos populares que el de Bariloche, pero la gente va a esquiar, y no como muchos en Bariloche, que van con todo su equipo de última generación para tomar el sol en la cafetería, y sobre todo para ver y ser vistos (¿os suena a Baqueira Beret?).
Después de 2 meses en la Patagonia, es tiempo de ir hacia el Norte, en busca de nuevas geografías, caras, culturas, vivencias y, también hay que decirlo, un poco de sol para calentar el maltratado cuerpo del Vagamundos.
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¡¡Hasta Pronto!!
Desde El Bolsón, Patagonia Argentina, 19 de abril de 2003
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