De Bateman’s Bay a Narooma a salto de Kanguro.
Tengo mucha suerte en los viajes, nunca he sufrido ningún problema grave, ni me han robado, atracado, o perdido la mochila, y mi salud es de hierro, así que estaba un poco mosca (¡agh!, palabra maldita) con el comienzo del viaje por Australia, ya que quedarse atrapado por un incendio forestal precisamente cuando vas escapando de ellos, es el colmo de la mala suerte.
Pero mi buena estrella (gracias mamá) me ha compensado, porque al día siguiente de mi accidentada llegada a Bateman’s Bay me ha regalado un día 10. Me fui a una caminata por el bosque, a unos 20km de BB, que en sí no tenía nada de interesante, salvo que al final el camino desemboca en una playa, Pebbly Beach, donde suele haber Kanguros.
Las distancias en Australia son muy engañosas, todo es tan grande que te parece que está al lado, así que cuando llegué a la playa, pregunté por donde andaban los kanguros, y me dijeron que al otro extremo, me puse a caminar, y lo que pensé sería media hora de caminata se convirtió en hora y media bajo el fuerte sol de mediodia.
Llegué y los únicos animales que había eran esos de 2 patas, cargados de aparatos llamados tablas de surf, bodysurf, frisbis, tiendas de campaña, etc; inquirí por mis amigos los Kanguros (de niño Skippi era una de mis series favoritas), y me dijeron que sólo estaban por la playa a primera hora de la mañana y que el resto del día estaban en el bosque y era difícil verlos; fastidiado, me tomé un baño en las agitadas aguas del Pacífico (que contrasentido, ¿no?), y emprendí la búsqueda.
No tuve que caminar demasiado cuando me topo casi de bruces con un grupo de 6 kanguros tirados en la hierba disfrutando de su siesta a la sombra; me miran, descubren que soy el especimen «turista vulgaris fotograficus», y deciden seguir su siesta; me acerco emocionado, y me siento a observarlos; es un animal realmente muy curioso, con cara de liebre, unas manos que parecen atrofiadas pero que soportan todo el peso del cuerpo, una cola enorme que les sirve para equilibrarse, y unas patas traseras con pies de hobbit.
Hacía mucho calor y no ibar a verlos saltando, pero ver a una madre dando de amamantar a su bebé fue más que suficiente. Son gregarios y suelen estar en grupos; un poco más allá en el bosque vi otros 2 grupos, más reducidos.
De regreso, un bicho enorme y desconocido viene reptando por el suelo hacia mí, y me llevo un susto de muerte, porque está a menos de 3 metros. Mide 1,5 metros, se mueve como un cocodrilo, pero su cabeza es de lagarto, pregunto y le llaman guano, uno de los múltiples bichos que sin duda me sorprenderán en Australia.
Al día siguiente dejo BB por la mañana temprano hacia Narooma, que significa «el lugar de las aguas azules»; como mi autobús no pasaba hasta la tarde, decido probar con el autostop; Narooma está a 70 km, y tengo todo el día para llegar; he hecho autostop por toda España, pero fue hace mucho tiempo, y desgraciadamente ya casi ha desaparecido; cuando viajo en coche, muchas veces sólo, busco desesperadamente algún autoestopista en la carretera, pero es una especie casi extinguida en Europa.
Por suerte aquí parece que es diferente, porque en menos de 5 minutos me paran; para hacer los 70 km tengo que tomar 3 coches, pero en ningún caso estuve más de 5 minutos en la carretera esperando.
Llego a media mañana a Narooma, y el nombre es adecuado, porque tiene una bahía de color azul turquesa, muy bonita, y el hostal está rodeado de agua por todas partes, muy agradable. La bocana del puerto es muy estrecha, unos 20 metros, con diques de contención de agua bastante altos, supongo que el mar debe pegar muy fuerte aquí en invierno, porque ahora estamos en verano, y la costa es de color blanco, de tanto que baten las olas. Justo al lado de la bocana, hay una roca con un agujero enorme que le llaman «Australian Rock».
He comprobado que como Australia es un país muy joven, si un pueblo tiene 200 años ya es monumento histórico, y le ponen nombre a cualquier piedra o lugar un poco especial.
Doy varios paseos por los acantilados de la costa, que tienen un campo de golf colgado allí mismo; al contrario que en Europa, aquí puedes pasear por el campo de golf teniendo cuidado de no ponerte en la trayectoria de juego; o los jugadores son muy buenos aquí o la tienda de ventas de pelotas de golf se hace rica, porque sopla el viento casi siempre muy fuerte, y cualquier error lleva la bola al fondo del mar; a lo mejor aquí el negocio no es para los mariscadores, sino para los pescadores de bolas de golf; incluso recojo una fuera del campo, y se la muestro al pobre hombre que la está buscando como loco desde hace un rato; al final del campo hay una playa, Surf beach, que hoy reniega de su nombre porque no hay nadie haciendo surf, demasiado mar de fondo.
El segundo día me voy a subir el monte Dromedario, llamado así por el capitán Cook, que lo avistó desde su barco, y le puso ese nombre por la similitud con la joroba del dromedario, aunque mejor le hubiera puesto camello, porque son 2 cumbres, casi idénticas, una de 797 m, y otra de 805.
El camino parte de Tilba, y al principio el paisaje parece suizo, como me confirma mi compañero de Zurich; la única diferencia es que aquí las vacas no tienen cuernos, se ve que hasta los toros son fieles en Australia.
Enseguida nos metemos en un bosque húmedo y umbrío, sub-tropical, y los cantos de las aves temprano en la mañana son musicales, parece que un director de orquesta llevara el ritmo. La subida es muy suave, no hace calor, pero sí mucha humedad, y sólo en la última parte se hace dura la pendiente.
La vista de la cima no es muy amplia, es un lugar sagrado para los aborígenes, y no han permitido talar los árboles que la cubren, lo cual me parece muy bien; de bajada, nos cruzamos con el resto del grupo, que se han retrasado, y nos dicen que tenemos que ver unas formaciones rocosas muy curiosas que hay cerca del camino, y así lo hacemos.
Me quedo boquiabierto, porque las rocas tienen unas formas insólitas, humanas, animales, y hasta de órganos bien reconocibles. Nos pasamos un buen rato pululando por el área, parece que no tiene fin, después de una formación aparece otra, y otra, y otra.
Finalmente regresamos porque ya estamos un poco cansados, y decidimos ir caminando al pueblo hasta que nos vengan a buscar, pero aún no me he acostumbrado a que el sol al mediodía aquí está al norte, y no al sur, y vamos en sentido equivocado; después de media hora caminando perseguidos por una nube de moscas (lo siento, me parece que van a aparecer en cada diario), nos damos cuenta del error, y desandamos el camino; aún nos queda esperar un rato tirados en la sombra recuperando energías.
En este enlace podéis ver todas las fotos del viaje de 6 meses en 2002 por Australia y Nueva Zelanda
¡¡ Hasta pronto !!
Desde Narooma, Australia, enero 2002
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