Siempre que viajo a Barcelona y tengo un rato me escapo a ver alguna de las maravillas modernistas de la ciudad, que vivió en el cambio del s.XIX al s.XX su apogeo arquitectónico con la conjunción de arquitectos como Lluís Domènech i Montaner, y Josep Puig i Cadafalch, de los que se inspiró como punto de partida Antoni Gaudí para crear su particular universo, personal e irrepetible.
De Lluís Domènech i Montaner son el Palacio de la Música Catalana y el Hospital de San Pablo en Barcelona, ambos lugares Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y Gaudí dejó una huella indeleble en la ciudad, con obras maestras como el Parque Güell, el Palacio Güell, la Fachada de la Natividad y cripta de la basílica de la Sagrada Familia, la Casa Batlló, la Casa Vicens la Casa Milá, más conocida como la Pedrera, todas ellas Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Mi ruta modernista comenzó en las Ramblas,donde se sitúa el Palacio Güell, el menos conocido edificio de Gaudí por varias razones, la primera es que estuvo muchos años cerrado por rehabilitación, la segunda es que se encuentra en una calle lateral de las Ramblas muy estrecha y casi pasa desapercibido salvo que mires al cielo y veas sus chimeneas de cerámica multicolores, y la tercera es que fue su primera gran obra y todavía su estilo personal no estaba definido, por lo que el palacio es una mezcla de varios estilos e influencias.
Gaudí llegó a proponer hasta 25 modelos de fachada diferentes, y su construcción se realizó entre 1886 y 1890. Esta etapa de su obra se conoce como orientalista, ya que las obras están inspiradas en el arte del Próximo y Lejano Oriente (India, Persia, Japón), así como en el arte islámico hispánico, principalmente el mudéjar y nazarí.
La parcela no llega a 500 m2, por lo que la optimización y aprovechamiento del espacio era muy importante, ya que el palacio era vivienda y lugar para las múltiples actividades sociales de la familia Güell. Desde las cocheras hasta los dormitorios, pasando por el salón principal, que se convierte en capilla gracias a unas puertas, todo está diseñado para agrandar espacios, como las columnas interiores en dos niveles.
La pena fue que el día de mi visita llovía mucho y no se podía acceder a la terraza. En el tejado destacan por un lado las chimeneas, a las que Gaudí les dio carácter decorativo, un estilo que perfeccionó en sus siguientes obras, hasta llegar a soluciones magistrales como en la Casa Batlló y la Pedrera.
Destacan asimismo la cúpula central y la aguja en forma de linterna que supone el remate exterior de la cúpula, hecha en cerámica y rematada con una veleta-pararrayos de hierro, que presenta la rosa de los vientos, un murciélago y una cruz griega. De forma cónica, la aguja tiene 16 metros de altura, y en su parte central tiene ocho ventanas que dan luz al interior del edificio, una característica también de Gaudí, la búsqueda de la luz natural.
La siguiente parada fue la Casa Batlló, construída entre 1904 y 1906 en Paseo de Gracia 43, la ancha avenida del distrito del Eixample, que alberga además de este edificio otras obras modernistas, como la casa Amatller de Josep Puig i Cadafalch, colindante con la casa Batlló, la Casa Lleó Morera, obra de Lluís Domènech i Montaner; la Casa Mulleras, de Enric Sagnier i Villavecchia y la Casa Josefina Bonet, de Marcel·lià Coquillat, además de la Pedrera de Gaudi, esquina con calle Provença.
La Casa Batlló pertenece a su etapa naturalista, en la que el arquitecto se inspira en las formas orgánicas de la naturaleza, y crea nuevas soluciones estructurales basadas en estructuras animales y de plantas. El artista catalán gozó de total libertad creativa y la usó a fondo, diseñando desde los pomos de las puertas hasta la última celosía, desarrollando sistemas de ventilación naturales que todavía sorprenden hoy por su creatividad.
Gaudí tenía más de 50 años cuando diseñó la casa Batlló, cuando su estilo arquitectónico de gran originalidad y sello personal eran muy populaes. El edificio esté concebido bajo el prisma de la funcionalidad, lo que se nota en la importancia dada a la iluminación y a la ventilación, con un gran patio central en el centro del edificio, al que daban las habitaciones de servicios, mientras que los salones y los dormitorios daban a la fachada.
La Casa Batlló ocupa un total de 4300 m2, con 450 m2 por planta de las ocho plantas sobre calle; bajo calle hay un sótano, destinado a carboneras y trasteros. El desván estaba destinado a zona de servicio, y la azotea tiene chimenes decorativas.
La fachada se hizo con piedra arenisca de Montjuïc, y como es habitual en Gaudí, no existe la línea recta, con columnas en forma ósea y con representaciones vegetales; la carpintería también es de superficies curvas, y las ventanas son de vidrios de colores de formas circulares.
La fachada tiene una forma ondulada en sentido ascendente, revestida con cerámica de pedazos de cristal de varios colores, el famoso trencadís que Gaudí obtenía en los desechos de la vidriería Pelegrí.
Del conjunto de la fachada destaca la tribuna del piso principal, donde vivía la familia Batlló, de 10 metros de altura. El friso de la tribuna está rematado con motivos escultóricos de forma vegetal, aunque en el conjunto de la forma que adquiere la tribuna algunos creen ver la forma de un murciélago.
En la fachada posterior usó el revestimiento con vidrios y cerámica de vivos colores, que crean diversos efectos visuales según la luz que incide en ellos. Otra de las singularidades de la fachada son sus balcones, realizados con hierro fundido, colocados sobre peanas de piedra con forma de concha marina. Hay un total de nueve balcones, además de las cuatro terrazas situadas sobre la tribuna.
Después de la casa Batlló pensaba visitar la Pedrera, pero allí descubrí que mi carnet de prensa no servía, y aunque hubiera pagado la entrada con gusto, estaba lloviendo mucho y no se podía acceder a la terraza, para mi uno de los lugares con más encanto del edificio, así que dejé la visita para otra vez.
El viaje a Barcelona fue por invitación a una campaña de Blog on Brands con Melon District, dos residencias de estudiantes en Barcelona que también ofrecen alojamiento a viajeros que buscan un entorno joven y moderno con un nivel de calidad por encima del hostel tradicional gracias a sus habitaciones privadas, pequeñas pero impecables, con baño, Internet y televisión.
Tienen dos residencias, una de ellas en Marina, al lado de la estación de autobuses del norte, y la otra en Poble Sec. Cada planta tiene cocina y en la terraza del edificio hay una piscina con impresionantes vistas a la ciudad condal.
La recepción funciona las 24 horas, el personal es muy amable y con tu tarjeta magnética entras y sales cuando quieras, con acceso a las zonas comunes para socializar.
También tuvimos a nuestras disposición una Barcelona Press Card, que nos permitió entrar de forma gratuita en los principales museos de la ciudad y usar el autobús turístico, y el transporte a Barcelona lo hicimos con Alsa en su estupenda clase Supra
¡Hasta Pronto!
Carlos, desde Madrid 12 de diciembre de 2013
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