Reflexiones de un vagamundos sobre mochilear
Si hubiera un himno al vagamundos, este sería una vieja canción de Juan Manuel Serrat, vagabundear, que suscribo de la primera a la última palabra, y que adjunto aquí para los desmemoriados, olvidadizos, o para los que no gustan o conocen al maestro Serrat, que alguno hay.
VAGABUNDEAR
Harto ya de estar harto, ya me cansé
de preguntarle al mundo por qué y por qué.
La Rosa de los Vientos me ha de ayudar
y desde ahora vais a verme vagabundear,
entre el cielo y el mar.
Vagabundear.
Como un cometa de caña y de papel,
me iré tras una nube, pa’ serle fiel
a los montes, los ríos, el sol y el mar.
A ellos que me enseñaron el verbo amar.
Soy palomo torcaz,
dejadme en paz.
No me siento extranjero en ningún lugar,
donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.
Y para no olvidarme de lo que fui
mi patria y mi guitarra las llevo en mí,
Una es fuerte y es fiel,
la otra un papel.
No llores porque no me voy a quedar,
me diste todo lo que tú sabes dar.
La sombra que en la tarde da una pared
y el vino que me ayuda a olvidar mi sed.
Que más puede ofrecer
una mujer…
Es hermoso partir sin decir adiós,
serena la mirada, firme la voz.
Si de veras me buscas, me encontrarás,
es muy largo el camino para mirar atrás.
Qué más da, qué más da,
aquí o allá…
En mi tercer año como vagamundos «profesional», hay una pregunta que me ronda la cabeza desde hace mucho, y a la que todavía no he encontrado respuesta: «¿Por qué tan pocos españoles mochilean por el mundo?». En mis viajes he conocido cientos de ingleses, holandeses, alemanes, nórdicos, canadienses, franceses, australianos, kiwis, y hasta el 11 de setiembre de 2001, estadounidenses. En cambio, cuento con los dedos de la mano los españoles que me he encontrado mochileando, sin contar por supuesto los ruidosos grupos de turistas que me he cruzado en Iguazú, Caribe, Egipto o Bali.
Para mí es un misterio, España ha sido históricamente un país viajero, navegante, una encrucijada de culturas, y hasta hace poco, un país emigrante; probablemente esta sea la razón, antes viajábamos de «pobres» y por necesidad, y cuando lo hacemos ahora tiene que ser a lo grande, en hoteles y complejos de 5 estrellas donde demostramos que ya somos primer mundo. Parece que hemos borrado nuestra historia de un plumazo, y nos miramos al ombligo de nuestra recién adquirida condición de país próspero.
Cuando viajamos, tiene que ser a «la alemana», a Cuba, a República Dominicana, o a Bali «todo incluído», donde encontramos a otros españoles, estamos en un hotel de capital español, y no salimos de allí en 15 días porque nos han dicho que es «peligroso». Me pregunto si la gente se da cuenta de que están en una jaula de oro, y si son conscientes de que el «peligro» que hay fuera es una población llena de vida, colorido, música, cultura, gastronomía, que nos recibe cariñosamente.
Tengo amigos que han estado de vacaciones en un Meliá Bali, Varadero o la Romana, y el único contacto que han tenido con los locales ha sido el personal del hotel. Parece que el objetivo principal es coleccionar países e impresionar a nuestras amistades con el vídeo de las vacaciones, porque en España encontrarían el mismo hotel, las mismas actividades, y un clima similar. Si a este misterio le añadimos que, por idioma y raíces comunes, a los españoles nos resulta más fácil que a nadie viajar por Latinoamérica, todavía lo entiendo menos.
No intento hacer proselitismo del mochilero, muchas veces es duro y agotador, y yo respeto tanto al turista como al viajero, pienso que la mayoría de las veces el tipo de viaje es función del tiempo de vacaciones, y la felicidad se puede alcanzar tanto en la cima de una montaña como sentado en la puerta de tu casa, pero no deja de sorprenderme esa necesidad de tener tan programadas nuestras vacaciones como nuestra vida cotidiana, y la falta de interés por conocer nuevas culturas en «vivo y en directo» y no a través de los documentales de National Geographic o Discovery Channel.
Parece que los españoles alcanzamos la felicidad cuando conseguimos un trabajo estable y compramos un piso que no será nuestro hasta dentro de 25 años. En el resto del primer mundo, es habitual hacer un largo viaje de hasta un año, antes o después de la Universidad, y en las empresas no te miran como si fueras marciano si pides un año sabático, incluso lo incentivan a veces porque saben que la persona que lo ha hecho, viene «renovada por dentro, y eso se nota por fuera», como en el anuncio.
Creo que las razones no son económicas, sino más bien educativas, culturales, y de escala de valores. Muerto Franco, España vivió una época frenética buscando su lugar en el mundo después de 40 años de aislamiento y pobreza, e irónicamente fue un gobierno socialista el que fomentó la cultura del pelotazo y contribuyó a convertirnos en un país de burgueses; desgraciadamente este aburguesamiento, que era comprensible en el aspecto económico, también ha arraigado en nuestras almas, y creo que nuestra escala de valores es demasiado materialista. Si a esto le añadimos que somos el país más acomodaticio a la hora de independizarnos de papá y mamá, junto con Italia (casualmente tampoco encuentro italianos mochileros), creo que el círculo se cierra.
Todas las generalizaciones son peligrosas, y esta lo es, pero lo he hablado a fondo con amigos extranjeros que aman España, viven en ella desde hace muchos años, conocen bastante bien el mundo, y básicamente coinciden en que España ha perdido gran parte de los encantos que les hicieron decidir vivir en ella, como la amabilidad de la gente, la cordialidad, la hospitalidad, y la confianza en el extranjero, que ahora sólo los miramos como uno más de los 60 millones de visitantes que nos han convertido en el segundo destino turístico del mundo, y lo apreciamos sólo como caja registradora.
Por suerte, hay síntomas de que el ser humano que llevamos está despertando de su letargo, y la marea de solidaridad y respuesta del pueblo (prefiero no utilizar la palabra popular) que se generó con la tragedia del Prestige fue el primer aviso, y el rechazo unánime del pueblo español a la guerra en Irak (un 91%) contra la locura genocida de un presidente que quiere pasar a la historia para sacarse de encima su complejo de inferioridad, ha sido una muestra muy clara.
Desperezémonos, sacudamos la costra de desidia, y quitemos la capa de barniz contaminante que hace que todo nos resbale, y cuando hablemos de valores, que no sean los del Ibex, Nasdaq o Wall Street, sino que nos refiramos a palabras como amistad, solidaridad, honestidad, compromiso y amor por el prójimo, que son los únicos valores que nos enriquecerán como personas.
Los árboles de la riqueza material nos han impedido ver el bosque de nuestra pobreza espiritual, y debemos salir de la espesura para verlo todo con claridad.
¡¡ Hasta Pronto !!
Desde Rosario, Argentina
Deja tu comentario