Nagoya: La ciudad olvidada por el turismo.

Si alguna vez te has preguntado qué pasaría si una ciudad japonesa decidiera entrar al programa de protección de testigos, la respuesta es simple: Nagoya. Esta metrópolis de más de dos millones de habitantes, ubicada estratégicamente entre Tokio y Kioto, ha logrado lo imposible: no atraer turismo internacional… ¡a pesar de tener un castillo, comida deliciosa, y trenes que funcionan como relojes suizos!.

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Nagoya es como ese primo ingeniero al que solo llamas cuando tienes problemas tecnológicos, pero nadie le invita a las reuniones familiares porque no toca la guitarra ni sabe hacer malabares con fuego. No es que Nagoya no sea interesante, al contrario, tiene historia, cultura y hasta fue cuna de algunos samuráis famosos, pero claro, si uno va a Japón, lo mínimo que espera es caminar entre geishas en Kioto o tener una sensación Blade Runner en Shibuya, Tokio.

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El orgullo turístico de la ciudad es, sin duda, el castillo de Nagoya. Imponente, elegante, fotogénico, pero reconstruido hasta los cimientos, por lo que es ignorado por los turistas. Fue originalmente construido en 1612, bajo órdenes de Tokugawa Ieyasu, el gran unificador de Japón y visionario inmobiliario que dijo: “Voy a hacer un castillo con dos delfines dorados en el techo porque puedo”. Y así nacieron los famosos kinshachi, los ornamentos de oro puro que decoran el tejado del castillo y que, si bien no sirven para nada más que brillar y encandilar a los pocos visitantes, son un emblema local.

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El castillo original fue bombardeado en la Segunda Guerra Mundial (como casi todo lo que tuviera más de dos pisos en Japón), pero fue reconstruido con tanto esmero que hasta los fantasmas residentesregresaron diciendo “¡pero si quedó igualito!”. Hoy en día, es una maravilla de arquitectura restaurada, con un parque enorme, museos dentro, y más pantallas interactivas que un Apple Store. Un atractivo añadido es que tiene multitud de árboles que florecen al comienzo de la primavera.

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Mientras Kioto sufre de sobreturismo, Tokio no nota casi un millón de turistas diarios entre sus treinta millones de habitantes y Osaka lucha por mantener su personalidad entre hordas de influencers con palitos de takoyaki, Nagoya observa desde la sombra, con una taza de té y una sonrisa irónica.

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La falta de turismo internacional aquí no es un accidente: es una estrategia. Algunos dicen que es por su imagen industrial (sede de Toyota, no lo olvides), otros culpan a su escasa presencia en guías de viaje. Pero los locales saben la verdad: es parte del plan.

“Nagoya fue diseñada para ser tranquila”, explica Carloshi, mi sabio alter ego japonés ficticio, mientras acaricia a su mascota y no a una de un bar de perros en Tokio. “Si quisiéramos turistas, pondríamos una estatua gigante de Pikachu en medio del castillo. Pero no. Preferimos el silencio, el orden, y que los trenes no vayan llenos de turistas hablando por el móvil”.

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Nagoya no hace nada para venderse. Tiene platos deliciosos como el miso katsu (una chuleta de cerdo empapada en una salsa que haría llorar a cualquier nutricionista), pero los restaurantes no lo anuncian con carteles en inglés.

Tiene centros comerciales gigantes, como Oasis 21, que parecen naves espaciales varadas, pero la mayoría de sus clientes son locales comprando detergente, no extranjeros sacando selfies.

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El inglés en Nagoya es como el sushi o la pizza con piña: técnicamente existe, pero es raro y a nadie le convence. Aquí los letreros asumen que si no puedes leer japonés, probablemente te perdiste y deberías estar en otro lugar.

La gran ironía es que Nagoya lo tiene todo para ser un destino turístico de primera: historia samurái, arte moderno, festivales extravagantes (como uno donde empujan carrozas gigantes por calles estrechas mientras gritan sin razón), mercadillos en templos, jardines espectaculares y museos de ciencia en forma de pelota galáctica.

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Carloshi menciona un proverbio local que nadie ha dicho jamás, pero que le viene como anillo al dedo a Nagoya: “Quien visita Tokio busca emoción, quien va a Kioto busca alma… pero quien llega a Nagoya, encuentra paz sin tener que pedirla.”

Quizás por eso Nagoya no necesita el turismo internacional. Es como ese restaurante increíble que no aparece en Google Maps, donde solo comen los vecinos y el chef no tiene Instagram. No es que no quiera que vayas, es que no le importa. Espero que los nagoyanos me perdonen si después de la lectura de este diario alguno de mis seguidores decide visitar la ciudad.

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Así que, si alguna vez estás en Japón y te sientes abrumado por el bullicio, los tours programados y los templos con más cámaras que rezos, toma un tren bala hacia Nagoya. Pasea por su castillo, cómete un miso nikomi camina sus amplias aceras sin tener que zigzaguear sorteando peatones, y observa cómo la ciudad funciona sin alardes. Y luego, al final del día, siéntate en una plaza cualquiera, respira hondo y di en voz baja: “Gracias, Nagoya, por no intentar impresionarme, lo lograste igualmente.”

Si quieres ver el album de fotos de Nagoya clic aquí.

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Un seguro de viaje es muy recomendable para viajar tranquilo, yo por experiencia propia recomiendo Heymondo.

Escrito por Carlos Olmo Bosco, fotos y vídeos copyright vagamundos.

¡Hasta pronto!. Carlos, desde Madrid, España, mayo de 2025.