6 de agosto de 1945: el día en que el sol cayó del cielo

La ciudad de Hiroshima despertó ese lunes 6 de agosto de 1945 como cualquier otra ciudad japonesa en tiempos de guerra, con incertidumbre, pero también con esperanza.

Las sirenas antiaéreas ya formaban parte de la rutina. Sus habitantes, acostumbrados al zumbido lejano de los aviones enemigos, no sospechaban que aquel día no sería como los demás. A las 8:15 de la mañana el cielo estaba despejado, el aire tibio y el corazón de la ciudad latía al ritmo de miles de vidas que no sabían que estaban en sus últimos segundos de existencia.

P3290012

.
Un avión B-29 estadounidense, bautizado como Enola Gay, surcaba el cielo a gran altitud. A bordo, la tripulación transportaba una carga distinta a cualquier otra utilizada en la historia de la humanidad: Little Boy, la primera bomba atómica utilizada en combate, cargada con uranio-235 y capaz de liberar una energía destructiva jamás vista. A las 8:15:17, la bomba fue liberada. Cuarenta y tres segundos después, a 600 metros del suelo, el sol cayó sobre Hiroshima.

La detonación liberó una energía equivalente a 15.000 toneladas de TNT. La bola de fuego alcanzó una temperatura de más de un millón de grados centígrados en su epicentro. Las sombras de las personas se grabaron en los muros de los edificios, pero sus cuerpos fueron borrados del mundo. Hiroshima, en cuestión de segundos, dejó de ser ciudad y se convirtió en ceniza.

P3290002

.
Se estima que entre 70.000 y 80.000 personas murieron instantáneamente. La explosión derribó edificios, arrancó árboles de raíz y desató un incendio que devoró lo que aún quedaba en pie. La onda expansiva viajó a más de mil kilómetros por hora, arrastrando cuerpos, escombros y la memoria de una ciudad viva.

Lo que siguió fue un silencio absoluto. Aquel mutismo aterrador que sucede cuando incluso la muerte ha quedado atónita. Los supervivientes —los hibakusha— deambularon por las ruinas, con la piel colgando en jirones, los ojos nublados por el trauma, buscando agua, sombra o simplemente ayuda, pero no había nadie para ofrecerla. Muchos murieron horas o días después, víctimas de quemaduras, heridas o de una nueva pesadilla: la radiación.

P3290005

.
Nadie sabía qué era esa “lluvia negra” que empezó a caer poco después, partículas radiactivas mezcladas con hollín y ceniza. Ni qué significaban los síntomas de enfermedad aguda que se propagaron como una plaga silenciosa: vómitos, hemorragias internas, pérdida de cabello. La bomba no solo destruyó cuerpos; también corrompió la sangre, la genética y la historia.

Hiroshima era una ciudad estratégica, sí. Contaba con bases militares, fábricas y centros logísticos. Pero también era una ciudad de hospitales, escuelas, templos y barrios repletos de familias, unos 250.000 habitantes en total. La bomba no discriminó, su onda expansiva mató al 90% de los médicos de la ciudad. Tres de cada cuatro edificios fueron destruidos. El reloj de la historia se detuvo a las 8:15 a.m.

P3290007

.
El ataque fue parte de una estrategia más amplia para forzar la rendición de Japón y terminar la Segunda Guerra Mundial. Pero también fue una demostración de poder, un mensaje dirigido al mundo entero sobre lo que Estados Unidos podía hacer con su nueva arma.

El 9 de agosto, otra bomba cayó sobre Nagasaki. El 15 de agosto Japón anunció su rendición incondicional. La guerra había terminado. Pero lo que comenzó aquel 6 de agosto fue mucho más duradero: la era atómica. Por primera vez en la historia, el ser humano poseía el poder de destruirse a sí mismo con solo pulsar un botón.

P3290009

.
Los sobrevivientes de Hiroshima vivieron no solo con el trauma físico, sino con el estigma social. En Japón, durante décadas, muchos hibakusha fueron marginados por miedo a los efectos hereditarios de la radiación. Muchos murieron jóvenes. Otros lucharon para contar su historia. Algunos, como la niña Sadako Sasaki, se convirtieron en símbolos universales de paz. Sadako murió de leucemia diez años después de la bomba, pero no sin antes doblar cientos de grullas de papel como símbolo de su deseo de vivir, ya que una leyenda japonesa dice que si haces mil grullas de origami tus deseos serán cumplidos.

Después de Hiroshima, nada volvió a ser igual. La bomba atómica no solo cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial, sino que reconfiguró la geopolítica, la ciencia, la ética y la filosofía de la humanidad. Nacía la Guerra Fría, la carrera armamentista, y con ella, la doctrina de la destrucción mutua asegurada.

P3300141

.
Pero también nació un movimiento por la paz, impulsado por la memoria de Hiroshima. Se levantaron monumentos, se organizaron conferencias, se firmaron tratados. A pesar de ello, hoy hay más de 13.000 armas nucleares en el mundo en manos de 9 países y casi 80 años después de Little Boy, los conflictos actuales han reactivado las amenazas de usar armas nucleares. Cuando le preguntaron a Albert Einstein cómo sería la Tercera Guerra Mundial, el respondió: «la tercera no sé, pero la cuarta será con palos y piedras».

La ciudad fue reconstruida, pero no olvidada. El Domo de la Bomba Atómica, uno de los pocos edificios que quedó parcialmente en pie, fue conservado como símbolo del horror y advertencia. Fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996.

IMG_20250505_115337

.
El Parque de la Paz, con su llama eterna, recibe cada año millones de visitantes que buscan entender lo que ocurrió, pero a la mayoría, como me sucedió a mi, se nos puso un nudo en la garganta, porque no hay capacidad de comprensión para tanto horror.

Cada 6 de agosto la campana de la paz suena y el silencio vuelve a cubrir la ciudad. No el silencio de la muerte, sino el de la memoria, un silencio que dice “Nunca más”. Lo que sucedió en Hiroshima fue más que una catástrofe militar, fue un antes y después en la historia de la humanidad, que nos obliga a preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar por la victoria, qué significa realmente ganar una guerra, y si somos capaces de convivir con el poder de destruirlo todo.

IMG-20250505-WA0001

.
El 6 de agosto de 1945, el cielo de Hiroshima se abrió y cayó un sol artificial. Desde entonces, la humanidad vive bajo su sombra, pero también bajo la posibilidad de elegir otro camino: el de la memoria, la empatía y la paz.

El día de mi visita a Hiroshima, todavía tocado por lo que había visto, visité el jardín Shukkeien, que abría de noche para celebrar el Sakura, y aunque fue una visita muy relajante, caminando entre cerezos en flor iluminados y bosques de bambú, no podía dejar de pensar como era posible que la misma especie que podía crear tanta belleza fuera capaz de destruirla en una fracción de segundo.

P3290029

.
Si quieres ver el album de fotos de Hiroshima clic aquí.

Un seguro de viaje es muy recomendable para viajar tranquilo, yo por experiencia propia recomiendo Heymondo.

Escrito por Carlos Olmo Bosco, fotos y vídeos copyright vagamundos.

¡Hasta pronto!. Carlos, desde Madrid, España, mayo de 2025.

P3290021