El arte prehistórico tiene su más importante monumento en las cuevas de Altamira, que hoy en día están consideradas como la «Capilla Sixtina del arte cuaternario». Fueron descubiertas de manera fortuita en 1868 por un cazador y en un principio se llamaron “la cueva de Juan Montero”, pero la apreciación de su valor y su estudio se debe a Marcelino Sainz de Sautuola.

Fue una hija de éste, María, de ocho años de edad, la que en 1879 llamó la atención de su padre sobre las pinturas de la gran sala. Marcelino Sainz de Sautuola, estudioso santanderino, que ya las había visitado anteriormente y en las que había tenido sensación de que debía haber algo, las visitó de nuevo acompañado de su hija, quien a la luz de una antorcha señaló las pinturas de las rocas.

Al año siguiente Sautuola publica los «Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander», donde expone sus argumentos para afirmar que se encontraba ante pinturas prehistóricas.

El escrito causó gran polémica, ya que la mayoría de los investigadores rechazaba la propuesta de Sautuola. La mayor oposición vino del especialista francés Cartaihac, quien creía imposible que tan bellas pinturas hubiesen sido realizadas por cazadores del paleolítico.

No fue hasta 1902 cuando por fin se reconoció la cronología prehistórica de las pinturas de Altamira. Se trata de la primera cueva en la que se encontraron decoraciones rupestres paleolíticas y esta ubicada en una colina a tan sólo dos kilómetros de la villa de Santillana del Mar. Su longitud son unos 300 metros de trazado irregular y contiene unas 70 pinturas y casi 100 grabados que datan en su mayoría de la época magdaleniense media (entre los 15.000 y 14.000 ADJ.).

Representan bisontes, ciervos, jabalís, caballos y se realizaron utilizando las anfractuosidades del techo y las paredes para dar relieve y bulto a los cuerpos, es decir, que hubo la disposición avanzadísima de sus autores para valorar no sólo la figura pictórica, en plano, sino también la escultórica.

El artista percibió las convexidades y los huecos naturales de la bóveda y se esforzó para que el relieve diese formas y calidades a sus pinturas. Se puede decir que vio como escultor y perfiló como dibujante.

Las figuras están realizadas con pinturas ocres naturales de rojo color sangre y contorneadas en negro. La cueva consta de un vestíbulo, una galería y una sala lateral, que contiene las mejores pinturas y está a solo 30 metros de la entrada, sus dimensiones son 18 m. de largo, 9 de ancho y de 1,1 a 2,65 m. de altura.

En ella se ofrece en paredes y techo casi un centenar de representaciones de caballos y bisontes, una cierva de 2,25 metros de longitud, y dos jabalís. Los colores más usados fueron el negro, el rojo, el amarillo, el pardo y algún tono violáceo.

En el resto de galerías existen otros grabados y pinturas aunque en menor proporción. Consisten principalmente en figuras de animales, pintadas en negro o grabadas. También se encuentran signos rectangulares, cónicos, claviformes, escaleriformes, manos en negativo y «macarroni», estos últimos consistentes en series de líneas paralelas realizadas por los artistas paleolíticos pasando sus manos por una pared arcillosa, se trata posiblemente la decoración más antigua de la cueva.

La galería terminal es conocida como la «Cola de Caballo». Se trata de un corredor muy estrecho de 50 metros de longitud, en cuyas paredes se descubre todo un catálogo de signos, distintos trazos negros y animales grabados o pintados en negro como caballos, cabras, ciervos, bisontes y máscaras, similares a las que aparecen en las cuevas del Castillo y La Garma.

Altamira representa el compendio de direcciones variadísimas de expresión y de técnica de una cultura. Quizás la sociedad que ocasionó el gran arte de Altamira estuviese de cierta manera en una fase evolutiva final, precursora de un tránsito. Y de hecho así sucedió, pues después de Altamira, el cuerpo social que había configurado sus bases creativas, se disolvió posiblemente como hemos dicho, y con él se extinguió esta primera vía expresiva, seguramente no por incapacidad personal de los siguientes, sino por extinción de un pensamiento comunitario y ordenado que es el que hizo posible esta increíble expresión el ciclo prehistórico, del cual Altamira representa su cima y su última expresión.

Para preservar este valioso legado de nuestros antepasados la cueva tiene las visitas muy limitadas pero se ha creado el Museo de Altamira, un lugar dedicado a conocer, disfrutar y experimentar sobre la vida de quienes pintaron y habitaron en Altamira y desde 1997 se ha desarrollado un Programa Museológico para Altamira de actuación integral, que ha culminado con la construcción de un nuevo museo que incluye la réplica de Altamira: la Neocueva.

Se trata de una reproducción exacta de la cueva original realizada utilizando las últimas tecnologías. La Neocueva nos ofrece un encuentro virtual con un grupo familiar paleolítico, en su hogar junto a la boca de la Cueva así como contemplar las figuras pintadas y grabadas en la Sala de Polícromos, una zona de 19 metros de largo por 5 de ancho, con numerosos bisontes y figuras, que han sido reproducidas con absoluta fidelidad.

Los artistas de Altamira recibieron su más importante reconocimiento en el año 1985 cuando la UNESCO declaró la cueva Bien Patrimonio de la Humanidad, basando su decisión en los criterio C-I y C-III, el primero referido a la representación de una obra maestra del genio creativo humano y el segundo al aporte de un testimonio único y excepcional de una civilización ya desaparecida.

Cuevas de Altamira
Año de Inscripción: 1985
Inscripción: 310
Provincia: Santander
Comunidad: Cantabria
Ubicación: N43 22 57.1 W4 06 58.2
Criterios: C -I, III