El museo de Altamira. |
Cuando visité las cuevas de Altamira en 1976 no podía imaginar que sería uno de los últimos privilegiados en ver la llamada Capilla Sixtina del arte rupestre, ya que en 1977 se cerró al público para frenar el rápido deterioro de las pinturas, y cuando se reabrió con acceso limitado, la lista de espera era de unos 2 años.
Para evitar estos problemas, en 1998 comenzaron los estudios para la realización de una réplica exacta de parte de la cueva, que se inauguró en Julio del 2001, la llamada neocueva de 15×9 metros, junto con un renovado museo de Altamira.
El entorno de las Cuevas |
Rafael Alberti, en La arboleda perdida, define perfectamente la sensación que uno tenía al salir de la cueva original.
Escribe: “Parecía que las rocas bramaban. Era como el primer chiquero español, abarrotado por reses bravas pugnando por salir. Ni vaqueros ni mayorales se veían por los muros. Mugían solos, barbados y terribles bajo una oscuridad de siglos. Abandoné la cueva cargado de ángeles, que solté ya en la luz, viéndolos remontarse entre la lluvia, rabiosas las pupilas”.
Calles de Santillana |
Desde Santillana del Mar, donde me alojaba, son 2 kilómetros de delicioso paseo cuesta arriba viendo las vacas pastar en las verdes praderas cántabras, y al llegar a la zona del museo los recuerdos de mi visita 28 años antes me confundían, porque todo era diferente y mucho más grande.
Las zonas ajardinadas y el propio museo, con sus tiendas de recuerdos, cafetería y biblioteca forman un conjunto museístico moderno y muy didáctico, aunque uno no podía dejar de sentir un poco de nostalgia de la vieja cueva, ahora oscura, silenciosa y callada para no despertar ni molestar a sus manadas de bisontes.
La Colegiata |
Los sábados por la tarde y los domingos la visita es gratuita, así que es recomendable ir temprano para evitar las colas y esperas, ya que los grupos que visitan la neocueva son también reducidos (20 personas). Cuando te dan la entrada al museo te asignan una hora para visitar la neocueva.
En todo caso, los materiales empleados y las exposiciones son de gran calidad, y el edificio consta de taller de restauración, laboratorio, archivos documentales, y biblioteca especializada en prehistoria, arte paleolítico y museología, además de talleres y visitas guiadas para todos los públicos.
Concierto en el claustro de la Colegiata |
La visita al museo despierta todos tus sentidos, ya que puedes ver, oír, tocar, y casi oler y probar lo que comían hace 18.000 años nuestros antepasados. Al entrar en la neocueva, pasas primero por una sala donde exhiben un documental en el que cuentan la vida en la época, y seguidamente accedes a la réplica.
Las principales diferencias con respecto a la cueva original son la altura y que la nueva no rezuma humedad, ya que en aquella había lugares con menos de un metro de altura y filtraciones de agua contínuas, y por comodidad aquí se ha elevado el techo, pero el resto es realmente idéntico, el modelo digital de la cueva hecho con las últimas técnicas informáticas es de gran realismo.
Santillana de noche |
Lo que no me gustó nada fue la guía que nos tocó. Era una señora de voz grave que nos iba explicando mecánicamente las pinturas, decía frases del estilo “supongo que ven al bisonte allí”, y al final añadía un “¿O no?” que retumbaba en la sala, y nadie se atrevía a decir que no lo había visto o interpretado bien, porque en algunas zonas las pinturas se superponen y no están muy visibles.
Comillas |
Hay una aparición holográfica de una familia habitante de la cueva hablando en un idioma inventado, y después de 20 minutos se acaba la visita a la neocueva para dejar paso al siguiente grupo; puedes volver a las salas a completar la información, algo que aconsejo para verlas con mejor perspectiva.
En el museo se exponen varios libros de firmas de visitantes ilustres, desde los reyes de España actuales hasta Alfonso XIII, el abuelo del rey Juan Carlos.
El ángel guardián o exterminador del cementerio |
Altamira merece una visita no sólo por la importancia histórica del lugar, sino por la belleza de su entorno, y sin duda Santillana del Mar añade un plus a esa belleza, ya que es una de las ciudades medievales más bonitas y mejor conservadas que conozco, fundada hace unos 1.200 años.
Como anécdota exótica, Santillana tiene Zoo, y de noche podía oir perfectamente desde el hostal los rugidos del león, me trasladaron a la época en que hice camping por Kenya, Uganda y Tanzania; parecía que tenías al león al lado, y en realidad estaba a más de 1 km.
Es muy turística, y más en un precioso fin de semana otoñal y soleado como en el que la visité, pero es un privilegio pasear por sus empedradas calles, por donde pasaban también los peregrinos del Camino de Santiago original, el de la costa, ya que en Santillana se guardaban los restos de una santa, Sancta Luliana, que acabaron dándole el nombre a la localidad.
El palacio Sobrellano |
El monasterio original, hoy Colegiata, desapareció y dio paso a un enorme edificio románico en el S.XII.
Fue una gozada ir a un concierto de música antigua en su claustro, con partituras originales del Siglo de Oro, interpretada por un trío compuesto por soprano, viola de gamba, vihuela y guitarra barroca.
Uno de los músicos, Francisco Luengo, es de La Coruña, y director de los grupos Capela Compostelana y Maladanca. Un auténtico experto en música medieval.
La universidad pontificia |
Cerca de Santillana hay 2 lugares imperdibles para visitar, Comillas y San Vicente de la Barquera. El primero es una ciudad con impresionantes edificios de gran valor histórico, como el palacio de Sobrellano, el cementerio con el Ángel Guardián o Ángel de la Muerte según otras versiones, la Universidad Pontificia, y sobre todo para mis gustos arquitectónicos, El Capricho de Gaudí.
Es una de las primeras obras de Gaudí, de 1883, y una de las pocas fuera de Cataluña; su nombre lo dice todo, ya que es un palacete neo-árabe revestido de mosaicos, ladrillos esmaltados y motivos vegetales por doquier, con unas chimeneas y vierteaguas de formas muy extrañas y cosas curiosas como los balcones de hierro forjado que al mismo tiempo son bancos para sentarse, pero mirando hacia el interior de la casa. La decoración en forma vegetal es profusa y muy vistosa.
Gaudí lo hizo en este estilo porque el propietario, Máximo Díaz de Quijano, cuñado del Marqués de Comillas, era un experto en música árabe.
El Capricho de Gaudí |
Hoy alberga un restaurante, no muy caro, con un menú de 25 euros, y creo recordar que pertenece a un grupo empresarial japonés.
Los japoneses son fanáticos de Gaudí, probablemente en contraste con su país, tan ordenado, cuadriculado y organizado, que les fascinan las formas curvas, caprichosas, sensuales, a veces bizarras y siempre originales de todas sus obras, algunas de ellas nombradas Patrimonio de la Humanidad, concretamente el Parque Güell, el Palacio Güell y la Pedrera, todas ellas en Barcelona.
San Vicente de la Barquera |
San Vicente de la Barquera es una preciosa localidad marinera cántabra, donde se come muy bien y después del opíparo almuerzo, para bajarlo, se puede ascender al pueblo original amurallado, construido sobre una colina que domina la ría.
Haz clic en la localidad para ver los álbumes de fotos de Santillana del Mar, Comillas y San Vicente de la Barquera .
¡¡Hasta Pronto!!
Desde Santillana del Mar, 26 de setiembre de 2004
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