Regreso a Patagonia, Regreso al Hogar

El poema de Pablo Neruda que escribo en el siguiente párrafo me ha dado la bienvenida a la Patagonia, un lugar hermoso como pocos en el mundo, y en el que siempre tengo la sensación de llegar a casa, como si me hubiera estado esperando.

Hay muy pocos sitios en el mundo, aparte de tu propio hogar, que te transmiten esa emoción, y por eso recupero este diario del primer viaje de vagamundos, escrito hace ahora 2 años, que me confirma lo que siempre digo, «donde hay un deseo, hay un camino».

Cuando recorrí por primera vez los bosques chilenos de Torres del Paine en verano de 2000, supe que algún día los volvería a pisar en Otoño, para maravillarme de la paleta de colores que sólo la naturaleza puede ofrecer, y ese día ha llegado, primero veré la infinita blancura de la Antártida y luego me empaparé de los ocres y rojos de los árboles patagónicos.

El mundo es un libro

El mundo es un libro

YO AQUÍ ME DESPIDO

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Yo aquí me despido, vuelvo
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío.
Si tuviera que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces,
allì quiero nacer,
cerca de la araucaria salvaje
del vendaval del viento sur,
de las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.

Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo

Añoranzas de Patagonia
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Estuve viajando a principios del año 2000 por la Patagonia, y la recuerdo como uno de los lugares más fascinantes que he visitado. Cuando le conté a una amiga portuguesa que iba a Tierra de Fuego, me reconoció que pensaba que no existía, que era uno de esos lugares míticos del que todos hemos oído hablar, pero que nadie conoce, como la Atlántida, Xánadu, o El Dorado; en realidad su afirmación no era muy errónea, porque aunque evidentemente la Patagonia existe, cada viajero que transita sus espacios inabarcables crea una Patagonia imaginada, al estilo de lo que Wallace Stegner llama la «geografía de la imaginación». Los paisajes de Patagonia se instalan en tu mente y con el tiempo van adquiriendo tonalidades irreales, como si nuestro paso por esas desoladas tierras hubiera sido un sueño.

Darwin, en su magnífico libro «El viaje del Beagle», decía :»Al evocar imágenes del pasado, frecuentemente cruzan ante mis ojos las planicies de la Patagonia; si embargo, todos las califican de horribles e inútiles. Entonces. ¿por qué esas áridas extensiones se han aferrado a mi memoria con tanta firmeza?.

Comparto al 100% las reflexiones de Darwin; habitualmente no suelo regresar a los lugares que me han gustado mucho porque suelen decepcionar en una posterior visita, pero la Patagonia ejerce en mí una «atracción fatal». Pensaba retornar este Otoño para ver sus inmensos bosques moteados por los colores ocres, dorados, rojizos y marrones de sus árboles caducos, y volver a sentir el impacto de su naturaleza salvaje y disfrutar de la hospitalidad de sus especiales habitantes.

Como mi viaje ha ido más lento de lo previsto (la elección del caracol como logotipo de vagamundos no fue casual), tengo que postergar mi retorno a la Patagonia, pero la «morriña» me hace escribir estas líneas.

Jorge Luis Borges escribía: «En la Patagonia no se encuentra nada – no hay nada». En esa «nada» en donde radica precisamente la magia de la Patagonia. Hudson, en su libro «Días de ocio en la Patagonia», decía: «En la Patagonia no hay que internarse con preconceptos, no buscar nada, ya que surgirá un sentimiento que nos hará sentir y conmover. Un día, mientras escuchaba el silencio, se me ocurrió preguntarme qué ocurriría si me pusiera a gritar. Mi estado era de suspensión y vigilancia».

Esto me evoca una anécdota de mi estancia en las Torres del Paine, un fascinante lugar donde los senderistas pueden recorrer valles, montañas, bosques, lagos, glaciares, alfombras flotantes de hierba, y los escaladores subir las Torres o los Cuernos del Paine, con la sensación de estar en un lugar único en el mundo. Estaba en compañía de un amigo montañero «escuchando el silencio» mientras contemplábamos de cerca la belleza de las Torres después de una ardua subida, cuando empezamos a escuchar música de Pink Floyd.

Nos miramos extrañados, porque las montañas no suelen tener B.S.O., y enseguida el misterio se resolvió porque aparecieron unos ruidosos israelíes con un estéreo adosado a la mochila; nos retiramos discretamente pensando que hay gente que nunca «oirá el silencio». Hay un sitio muy hermoso en el País Vasco, que se llama Mendigoikoa, y cuyo lema es «donde el silencio se oye», os lo recomiendo.

Regresando a la Patagonia, las viñetas de mi recorrido por sus tierras, forman el album de un viaje iniciático: Puerto Montt, la navegación por los canales en el Puerto Edén; Puerto Natales, Punta Arenas, Usuhaia, Tierra de Fuego, las torres del Paine, el Chaltén, Fitz Roy y el cerro Torre, están en mi «atlas de la imaginación».

Bruce Chatwin, el viajero que todos querríamos ser, ya en sus relatos mezcla perfectamente la ficción y la realidad para crear historias mágicas, escribió 2 libros sobre la Patagonia (él sí retornó), donde menciona que los marineros creían que los pingüinos albergaban las almas de sus compañeros ahogados en sus indómitas aguas, y que Magallanes, al cruzar el estrecho que hoy lleva su nombre, tuvo que reprimir varios motines, ya que los marinos identificaban a la Tierra del Fuego con «la sede del infierno en la Tierra».

La Patagonia también fascina por su mezcla racial, ya que sus pobladores son el resultado de las migraciones de galeses, alemanes, escoceses, irlandeses, vascos, eslavos, y un sinfín más de nacionalidades, gente recia que vino en busca de una tierra de promisión que no regala nada, y a la que hay que arrancarle con sangre, sudor y lágrimas sus frutos, el lugar que Humboldt llamó «la tierra de los hombres libres y fuertes». Ese lugar me espera y algún día volveré.

Aunque la Patagonia sólo se puede entender visitándola, podeis recibir una ráfaga de fresco viento patagónico leyendo El Mundo del Fin del Mundo, de Luis Sepúlveda, El Viejo Expreso de la Patagonia de Paul Theroux, En la Patagonia de Bruce Chatwin, y Final de Novela en Patagonia de Mempo Giardinelli.

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¡¡ Hasta Pronto !!

Desde Comodoro Rivadavia, Patagonia Argentina, 8 de febrero de 2003.

Vagamundos 2003 de Buenos Aires a Ushuaia