Rara Avis. Perdidos en la jungla

Llegar a Rara Avis es una aventura en sí misma, ya que desde Tortuguero hemos tenido que ir en lancha rápida 5 horas, atravesando varias veces la frontera con Nicaragua ya que en vez de usar la frontera natural, que es el río, han puesto una línea recta que nos hace ir como en el pingpong de una orilla a otra de puesto fronterizo en puesto fronterizo; para un vagamundos como yo, las fronteras siempre son odiosas, pero esta particularmente me parece estúpida al máximo; me relajo en la hierba viendo deslizarse el río Sarapiquí durante la media hora que dura el trámite de los pasaportes para los escasos 5 minutos que estamos en Nicaragua.

Finalizado el recorrido por el río, aún tenemos 1 hora en bus, más de 2 horas en un remolque arrastrado por un tráctor, la única manera de subir el enlodado camino que lleva a Rara Avis, y finalmente 1 hora caminando ya en la penumbra del atardecer y bajo una lluvia que nos indica fehacientemente que estamos en la jungla, y que pone a prueba nuestro equipamiento impermeable (gracias Gore-Tex y gracias Panama Jack). Finalmente, cuando ya sólo queda un atisbo de luz que nos hace ir a tientas entre el barro, divisamos las cabañas de Rara Avis.

Rara Avis es el sueño de un norteamericano que en los 80 trató de convencer a los ticos de que el ecoturismo puede ser una fuente de riqueza económica más grande que los proyectos de deforestar amplias zonas de bosque tropical para convertirlos en explotaciones ganaderas o agrícolas. Compró un terreno situado a casi 2000 metros de altitud, y lo convirtió en el primer complejo ecoturístico que combinaba la investigación de la jungla y sus especies animales, con la visita de viajeros que buscaban algo más en sus vacaciones: alojarse en una cabaña y dormir con el sonido de la jungla, recorrer sus senderos en busca de aves y animales imposibles de ver en otros entornos, y en suma tener un contacto directo con la naturaleza en estado puro.

Por suerte el proyecto se demostró viable, y 20 años después, Rara Avis no es una excepción en Costa Rica, ya que cada vez se crean más áreas de ecoturismo que atraen a amantes de la naturaleza de todo el mundo. En Rara Avis, el entorno te subyuga de tal manera que no puedes creerte donde estás, ya que desde el balcón de tu cabaña ves pasar animales vagamundeando, cientos de aves, especialmente los hermosos colibríes, el único ave que puede volar marcha atrás, ya que sus alas son rotatorias, y a sólo 10 minutos caminando, una cascada doble que se desploma desde bastante altura y ha creado una piscina natural circular, a la que llegas ya totalmente mojado, porque la cortina de agua que genera el agua al caer empapa todo a su alrededor. Si a esto le añades que hay una casa de orquídeas en el mismo jardín, y un criadero de mariposas para la exportación oculto entre la vegetación, os podéis imaginar la hermosura del sitio

Se cena muy temprano en un comedor de madera abierto; el sendero hasta las cabañas está hecho de tablones alzados sobre el suelo casi un metro, ya que esta zona recibe 8 metros de lluvia por año, y os podéis imaginar lo que eso significa. Las botas hay que dejarlas fuera del comedor porque están invariablemente embarradas. Mientras cenamos, el sonido de la jungla se va apagando lentamente mientras su moradores descansan, ya que antes de las 6 a.m comienza un nuevo día, que las aves reciben alborozadas porque ha salido el sol, y yo mismo lo agradezco porque la humedad está omnipresente; el amanecer desde la privilegiada atalaya de mi cabaña es hermoso, y me pregunto cómo es posible que vivamos en lugares donde no vemos o ignoramos el amanecer o la puesta de sol, bloqueados por enormes masas de cemento o similar que anulan nuestra perspectiva (se llaman ciudades}.

Mientras me sumerjo en estos pensamientos, un tokapi aparece ramoneando y olisqueando frente a la cabaña, con su larga cola anillada, en busca de su desayuno. Me despido de él, y de Rara Avis. El regreso a la «civilización» lo hacemos caminando, preferimos los 17 km de sendero embarrado a la tortura china del tractor zarandeándonos brutalmente; eso sí, dejamos que lleve nuestras mochilas, ya que con su peso corres el riesgo de desaparecer hundido en el barro. Es temprano, y el sol aún no muestra su poderío, pero al mediodía, cuando terminamos nuestra marcha, un sol justiciero en todo lo alto nos aplasta contra el suelo, por suerte hay un río pristino que está pronunciando mi nombre, y como Ulises atraído por el canto de las sirenas, me voy hacia él, y me despojo de mis enlodadas ropas, que aclaro en el río, para después limpiar mi cuerpo gracias a la fuerte corriente que hay, que hace difícil mantener el equilibrio, hasta que descubro que unas grandes rocas amortiguan su ímpetu y han creado un jacuzzi natural, en el que me introduzco, recibiendo un masaje que me hace sentir en la gloria, sólo me falta levitar.

¡¡¡ Hasta Pronto !!!

Desde La Fortuna, 04/03/2001

 

Costa Rica