Puerto Rico. La isla del encanto

Este es el lema turístico de Puerto Rico, y me parece muy acertado. La menor de las Grandes Antillas es una isla pequeña, pero llena de lugares encantadores, que sólo una estancia larga, y a ser posible acompañada de boricuas, nos permite descubrir, frente a la típica visita de un día en una escala de un crucero por el Caribe.

El área metropolitana de San Juan alberga un tercio de la población total de PR (1,3 Millones frente a 3,9; por suerte el viejo San Juan es muy pequeño y sólo tiene una pequeña parte). Para ir al Sur de la isla, hay que cruzar la cordillera central, que atraviesa la isla de Este a Oeste, por la ruta llamada del Caballo, que termina en Ponce. La cordillera también provoca que la vegetación sea muy diferente del norte, tropical, al Sur, más seca. En el camino se encuentra el monumento al Jíbaro, con un poema del libertador de PR, Luis Muñoz Marín, que dice «Es preferible el abuso de la libertad que su negación», y que suscribo totalmente.

Ponce es una ciudad llana, con casas bajas, y de la que podemos destacar la catedral colonial de Guadalupe, y el parque de Bombas (bomberos), que es muy original y que se ha convertido en museo de las hazañas de los bomberos ponceños. Para tener una vista aérea, hay que subir a una colina que domina la ciudad, y en la que se ha construido una cruz horrorosa. En Ponce son muy recomendables los helados de piña y coco.

Camino hacia el oeste, por la ruta de La Cotorra, la mejor puesta de sol del Caribe se tiene desde el restaurante Pito‘s, que sobre un promontorio se abre al mar con una terraza de madera colgada sobre el acantilado donde los placeres gastronómicos se unen a los visuales del llameante sol que se hunde en el mar turquesa dejándote con la respiración contenida por miedo a interrumpir este momento mágico.

La Parguera, ya en la costa Oeste, es un pueblo pequeño de pescadores que ha crecido en torno a los manglares, moteados de casas multicolores construidas sobre pilotes de madera, y a las que sólo se puede llegar por mar. Además, es muy famosa por la bahía fosforescente, que gracias a la alta concentración de plancton, hace brillar a la gente que se baña en ella cual «burbujas Freixenet». Desafortunadamente, el espectáculo sólo se aprecia en noches sin luna, y ese no era el caso del día que estuve, así que quedará para otra vez. El ambiente en el pueblo es muy animado, lleno de chiringuitos sobre el muelle donde «parisear».

Por la mañana alquilamos un bote con motor para recorrer los manglares y ver las iguanas que abundan por la zona, y nos quedamos maravillados por la variedad de palafitos construidos sobre el agua, parece un sitio donde a uno no le importaría perderse definitivamente. Embobados por la vista, nos nos damos cuenta de que la profundidad disminuía, y nos quedamos encallados en la arena como grumetes inexpertos; después de unas risas y varios intentos de arrancar el motor, conseguimos salir de los arrecifes mirando de reojo por si ha habido testigos, ya que la situación debía ser bastante cómica.

San Germán fue la segunda población fundada por los españoles, y ahora se observa influencia germana en sus construcciones, con una calles empedradas muy originales, y un museo religioso en la que fue una de las primeras iglesias de PR, Porta Coeli. Aquí probé los platanutres, rodajas de plátano frito que se compran en bolsas como las patatas fritas, y un helado de guanabana, una fruta tropical. Más al Oeste, Boquerón es un pueblo de pescadores donde se pueden consumir en la calle almejas y ostras en chiringuitos del estilo del mercado de la Piedra en Vigo, pero más rústicos.

Observo que en los pueblos hay unos edificios llamados «coliseos gallísticos», y aplicando la lógica supongo que son lugares de peleas de gallos, lo que me confirman; es una de las aficiones más grandes de los boricuas, apostar y ver peleas de gallos; el boxeo es el deporte número uno de la isla, así que se ve que les van las peleas, debe ser para compensar el carácter calmoso que hasta ahora he observado.

Cerca de Boquerón está el Parque Nacional de Cabo Rojo (los Morrillos), con un faro abandonado sobre unos acantilados de roca calcárea que parece se puedan desplomar bajos tus pies en cualquier momento. La bahía tiene una playa solitaria de aguas turquesas que invitan a un baño y a una cerveza Medalla de la nevera del coche, ya que no hay chiringuitos de playa.

De Boquerón hacia el norte está el paraíso de los surfistas, con playas como Domes, Crashboat (que significa rompebarcas, por algo será), y Jobos beach en Isabela, donde los surfistas se tiran al agua con sus tablas desde una roca para ahorrarse remar hasta el nacimiento de la ola.

El día de reyes es una gran fiesta en PR, y a nosotros se nos ocurrió ir a la cuevas de Camuy, uno de los sitios más conocidos del país, que alberga el sistema de cuevas y ríos subterráneos más grande de esta zona. Estaba tan abarrotado que nos dimos media vuelta, y nos fuimos visitar el observatorio de Arecibo, que merecerá un diario aparte.

En el próximo diario os hablaré de James Bond, del Bosque Tropical El Yunque, de la luna llena en Borinquen, y del «Paraíso dentro del Paraíso»

¡¡¡Hasta Pronto!!!

Vagamundos

Desde San Juan, 09/01/2001

Puerto Rico