La Costa Sur del Pacífico y el PN Marino Ballena. ¡Pura Naturaleza!

4 días en San José, y mis pies están inquietos, así que es hora de salir de nuevo a la carretera. El destino es la costa sur del Pacífico, una de las zonas más salvajes y menos desarrollada para el turismo de Costa Rica. Toca madrugar, porque el autobús es a las 6 a.m., y cuando salgo a la calle me quedo en shock, porque veo 2 niños de unos 8 años salir de una alcantarilla. Había oído hablar de los niños de las alcantarillas en Colombia y Ecuador, pero lo último que me esperaba era encontrarlos en Costa Rica y en el centro de San José.

En mi camino al terminal de buses veo bastante gente durmiendo en las calles, y me pregunto cómo es posible que un país próspero como Costa Rica pueda ser tan insolidario. Una sociedad es injusta cuando permite esto; no estoy hablando de los pobres «profesionales», que los hay en todo el mundo, algunos se ganan la vida muy bien y no cambiarían de profesión, sino que niños pequeños, que deberían tener todo un futuro por delante, no tengan más que el porvenir turbio del pegamento esnifado y una mísera alcantarilla, que además los aleja de la incómoda vista de los turistas y las autoridades.

Con esta imagen indeleble grabada en mi retina para siempre, subo a mi bus. Son 3 horas en una primera etapa hasta San Isidro por una de las carreteras de montaña más bonitas que he visto nunca, la vista es extraordinaria a ambos lados, y alcanzamos los 3200 m de altitud, incluso hay gente que se marea en el bus. En nuestro camino encontramos decenas de trailers americanos (por el tamaño, mucho más grandes que las roulottes) en color plateado y de estilo antiguo, y me pregunto si será el Camel Trophy de los caravanistas. Esto nos retrasa bastante, y cuando llego a San Isidro, el bus para Punta Uvita ha salido y no hay otro hasta las 16h. Negocio duramente con un taxista, Luis, al que convenzo de que no soy gringo y me cobra el 50% de la tarifa normal.

El viaje de 45 minutos se hace muy agradable porque Luis me describe todas las especies arbóreas que nos vamos encontrando por el camino, y los intentos de los gringos de introducir especies de África y Asia para luego montar celulosas, que el gobierno Tico no ha autorizado, eso sí, el pino y el eucaliptus australiano están bastante extendidos. Luis también me desvela el misterio de las caravanas, ya que me comenta que es el 50 aniversario de un viaje que hizo un club de caravanistas americanos y canadienses por Centroamérica, y que muchos de ellos, o sus hijos han decidido repetir la experiencia, son en total casi 100 caravanas, y van hasta Panamá.

Llegamos a Dominical, ya en la costa; no es mi destino original, pero ya sabéis que me encanta cambiar sobre la marcha; compruebo que Dominical tiene una bonita playa, palmeras, cabañas sobre la misma arena, y una hamaca que me está esperando, así que me quedo. El encargado de las cabañas, Coy, es un canadiense que vivió de niño en Colombia y siempre que puede regresa a Latinonamérica. Dejo mis cosas y camino por la playa durante 2 horas, sólo se ven unos cuantos surfistas, y gente haciendo camping, es un sitio muy agradable. Como una buena dorada, ¿y luego qué?: por supuesto, una buena siesta en la hamaca (algún día os explicaré el concepto de la hamaca y sus implicaciones metafísicas en profundidad).

El atardecer sobre el Océano Pacífico es glorioso, con las chicharras veraniegas diciéndole adiós a un sol inmenso que se diluye en el mar y empieza a pintar la nubes con brochazos desordenados de una paleta de colores que envidiaría el mismísimo Van Gogh: violetas, azules, rojos, rosas, en una orgía de colores que me deja boquiabierto y babeando. El espectáculo justifica el largo camino recorrido y la decepción original, porque he venido a ver ballenas y me dicen que hace bastantes días que no andan por estos lares.

Entre Diciembre y Abril es habitual que las ballenas jorobadas vengan a criar a esta zona, pero no he tenido suerte; es lo que me gusta de la naturaleza, te da y te quita, no hay programación sino improvisación, no he visto ballenas pero disfruto uno de los atardeceres mas hermosos de mi vida, preludio también de una de las tormentas tropicales más fuertes y largas que he vivido, por suerte ya estoy en el restaurante, y por desgracia se va la luz y me tengo que olvidar del pargo que me iba a cenar ya que no hay horno sin electricidad, y tenemos que cenar a la luz de las velas. Me pongo tierno, y recupero una afición abandonada hace muchos años, escribir poesía, que por pudor no comparto con vosotros.

La mañana es fresca ya que la tormenta ha limpiado el ambiente; me voy a Punta Uvita a ver si las ballenas se dignan a dejarse ver, pasando por sitios con nombres tan sugerentes como playa hermosa, playa tortuga, playa ballena y boca brava. No hay suerte, y me voy con la manos «vacías» en vez de «ballenas» (sí, otro de mis chistes malos, os toca soportarlos si quereis seguir al vagamundos)

Esta zona es hogar del P.N. Marino Ballena, el primer parque marino de Latinoamérica, creado en 1989, que con una extensión de 500 hectáreas marinas y 100 terrestres, protege varios ecosistemas: arrecifes de coral y terrestres, islas, manglares, acantilados, esteros, y playas largas, muy laaaaaaargas, hábitat de bastantes especies marinas, de los pantanos y de aves de todo tipo.

Me despido de la Pura Naturaleza que todavía se encuentra por aquí y os recomiendo su visita antes de que los alemanes lo compren todo, como en Mallorca, ya que más del 50% de los viajeros que me he encontrado por la zona son germánicos.

¡¡ Hasta Pronto !!

Desde San José, 24/02/2001

Costa Rica