Panorámica entre la niebla

 

 


Un sendero entre las nubes.

La hospitalera de Olveiroa, además de buena cocinera y detallista, es de las que se preocupan por los peregrinos, y nos avisa de que el primer tramo hasta la localidad de Hospital, llamada así porque albergó un hospital de peregrinos, lo hagamos por carretera, ya que se ha caído un puente por la lluvia y nos tendríamos que mojar para cruzarlo, así que nos metemos por carretera con una espesa niebla que hace saltar mi alarma interior, en Galicia se conduce igual de rápido con lluvia y niebla que con buen tiempo, así que me pongo el impermeable amarillo, que al menos me hara más visible. A medida que subimos vamos dejando el mar de niebla por debajo, ofreciendo imágenes de gran belleza.


La bifurcación a Muxía y Fisterra

Una vez pasado Hospital, hay un mojón de concha doble, que nos lleva a Muxía o Fisterra; nosotros tomamos a la derecha, hacia Muxía. Esta etapa se caracteriza por los múltiples puentes que hay que cruzar, y se pasa de nuevo por el antiguo camino real por varias localidades bien conservadas, como Dumbria, Quintáns.

En San Martiño de Ozón está uno de los hórreos más grandes de Galicia y también es muy interesante el monasterio de San Xulián de Moraime, ya en el último tramo de la etapa, en un alto, justo antes de bajar hacía Muxía, con unas vistas espectaculares de su mar, y del pueblo al atardecer; desemboca el Camino en la playa de Espiñeirido, y, ya por el moderno paseo marítimo de Muxía, entramos en esta localidad pesquera de la Costa de la Muerte.

 

 

 


Panorámica con oveja cerca de Muxía

 

 


Muxía al fondo

No hay albergue en Muxía, pero sí oficina del Peregrino, que es también Casa de la Cultura y oficina de Turismo; nos dan la «muxiana», el certificado de llegar al «fin de la ruta jacobea», y las llaves del polideportivo, que tanta veces salió en el 2002 en la televisión porque albergó a los voluntarios que vinieron de todo el mundo a recoger el chapapote derramado por el Prestige.


Santuario A nosa señora da Barca

Llegamos a Muxía en la víspera del aniversario, no por casualidad, y se nota en el despliegue de emisoras de televisión españolas y portuguesas; además Onda Cero va a retransmitir desde la Casa de Cultura un especial sobre la tragedia.

La imagen del pueblo es muy diferente un año después de la tragedia, se ve que la «marea verde» de euros ha sido más fuerte que la «marea negra», y alguno hasta bromea diciendo que en vez de «Nunca Maís» habría que pedir «Outro Maís».


La piedra dos «cadris» (riñones)

Después de una incómoda noche en el frío polideportivo, nos asaltan los niños que van a entrenar en él, así que hacemos rápidamente nuestras mochilas.

El día ha amanecido con mucha mar pero despejado, un paisaje muy diferente al de un año atrás cuando olas de 10 metros destrozaron al Prestige como si fuera de papel.

El Santuario, del S. XVII, está al borde de ese mar que durante miles de años ha dado y quitado vida a la gente de la Costa da Morte, en julio se celebra la virgen del Carmen y el domingo posterior al 8 de setiembre se celebra una de las romerías más célebres de Galicia dedicada a Nosa Señora da Barca, cuya imagen de estilo gótico se guarda en el santuario.


El faro de Muxía

Cerca del santuario están las famosas piedra de «abalar», llamada así porque la gente se sube para «bailarla», y la de los «cadrís» o riñones; la gente atraviesa nueve veces por su estrecha oquedad para curar las enfermedades de los riñones o los dolores de espalda (por el estrecho tamaño del agujero, si no curan, seguro quedan inválidos para siempre).

El fuerte viento peina las olas hacia atrás, dándoles un aspecto todavía más salvaje, y al fondo de la ría se observa el faro de Cabo Vilán, rodeado del impresionante parque eólico de modernos molinos de viento, que desde luego en esta zona deben generar bastante electricidad.

 


Panorámica de Muxía desde Lourido

 

 


Oveja posando

La tarde del 13 de noviembre el tiempo empeora y ya no dejará de llover en todo la noche, como el incensante ruido en la cubierta del polideportivo nos recuerda, pero por suerte la mañana amanece clara y despejada.

Nos ponemos en ruta hacia Fisterra, pasando primero por la preciosa playa de Lourido, con una de las panorámicas más impresionantes que he visto en mi vida, y cuando queremos meternos hacia el Camino, vemos que está con un palmo de agua, así que decidimos ir por carretera; a pesar de eso, es muy fácil perderse en este tramo porque las bifurcaciones son contínuas y sin indicaciones.


Iglesia al atardecer

En Frixe damos una vuelta de 3 kilómetros porque nos indican que el paso a Lires está inundado; en un cruce de carreteras nos despistamos porque una bifurcación indica simplemente La Coruña, otra nos llevaría en una ruta circular, y la tercera es una empinada subida que no tiene indicación, así que retrocedo, y me meto «hasta la cocina» en una casa, y por suerte la señora me indica el Camino correcto.

Tuvimos más suerte que unos peregrinos valencianos, que después de bastante tiempo de caminata, descubrieron que habían hecho la ruta circular y llegaron a Fisterra de noche y destrozados con casi 40 km. a sus espaldas.


Maíz a secar bajo el hórreo

Ya cerca de Fisterra, se pasa por la Playa do Rostro, un impresionante arenal en mar abierto, que tiene la desgracia de ser todavía el más contaminado por el Prestige ya que algunas zonas sólo son accesibles en marea baja y durante muy poco tiempo.

Con Fisterra a la vista, el Camino oficial empieza a subir una pendiente hacia la derecha aunque se ve ya el pueblo abajo a nivel del mar; la razón es que el Camino pasa por San Martiño de Duio, donde se supone que estaba la desaparecida ciudad romana de Dugium, relacionada con la traslatio jacobea.

Mi recomendación es seguir hasta el mar, y realizar la última parte del recorrido por la playa de Langosteira, que termina en el cruceiro denominado «A cruz de baixar»; ya sólo queda un pequeño recorrido hasta el albergue, que está en el centro del pueblo.


El puerto de Fisterra

El cielo está nublado y ya es tarde, así que decido dejar para el día siguiente la subida al faro. Amanece nublado, pero después de desayunar aparece un pedazo de cielo azul y subimos rápidamente para no perder la oportunidad.

Paramos en Santa María de Areas, iglesia románica ojival con un crucero gótico, que tiene una arcada en su frontis que se supone pertenecía al antiguo hospital de peregrinos. Llegamos al faro por la carretera que te va mostrando los impresionantes acantilados del cabo Fisterra. Todas las tiendas, cafeterías, el restaurante y la hospedería están cerrados, y hay muy poca gente en el faro, todo lo contrario de cuando estuve la última vez en verano.


El faro de Fisterra al fondo

El mar está extrañamente tranquilo y con un impresionante color azul cobalto, que se convierte en plateado en una pequeña zona donde brilla el sol.

Es el momento de sentarse en una roca y reflexionar sobre los 69 días que he pasado caminando por Galicia y el millón ochocientos mil pasos que he dado, contados uno tras otro por mi infatigable podómetro.


La quema de prendas del peregrino

Más que alegría por haber terminado sin percances la peregrinación, siento una emoción quieta porque una vez más he comprobado que «donde hay un deseo hay un camino», y que el Camino de Santiago ha sido una etapa más de un proceso de interiorización e introspección que me llevarán a completar algún día el Camino más importante en nuestra vida, el Camino Interior.

Nos ponemos a hacer el ritual de quemado de prendas en el altar instalado en forma de botas de hierro porque amenaza lluvia, y emprendemos el regreso a Fisterra. Subimos el monte do Facho porque las vistas desde allí son espectaculares, pero el viento y la lluvia nos hacen desistir y volvemos a la carretera.

Es el momento de celebrar el final de la peregrinación y el comienzo de una nueva vida con una mariscada que después de tantos meses de veda por la tragedia del Prestige pone un punto de normalidad al modus videndi de esta tierra.

Mi peregrinación es un homenaje a las gentes del mar que no han vendido su dignidad por un puñado de euros y son conscientes de que el mar no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos. A todos ellos, ¡Nunca Maís!.

Si quieres ver las fotos del Camino a Muxía/Fisterra, haz click aquí.

¡¡Ultreia!!

Finisterre, 15 de noviembre de 2003

 


Vista del faro Fisterra e islote Lobeira